miércoles, 21 de julio de 2010

Dueño del Deseo


Bueno, ya saben que amo a Kinley MacGregor y todo lo que tiene que ver con ella.

Ya compartí con ustedes un pedacito de ella en esta adaptación, recuerdan el momento en el que se conocieron?

(La imagen es de pura y exclusivamente de Clau, la talentosisíma dibujante que hizo esto para esta historia, la misma que me dio las imagenes para Desde Que Te Vi)

♥♥


— "Cierre los ojos, Rubeus, y le daré aquello que su tenacidad merece."

Una ladina sonrisa curvó sus labios cuando accedió a cerrar los ojos y se inclinó hacia delante con lo que ella creía que él pensaba que era un gesto seductor.

Arrugando la nariz ante el espantoso aspecto que presentaba, tomó a una de las gallinas coloradas que se encontraban a sus pies y la alzó hasta sus labios.

Rubeus emitió un ruidoso besuqueo cuando colocó la boca sobre el cuello del animal.

Debió iluminarle el hecho de que sus labios se encontraban posados sobre plumas, y no sobre carne, porque abrió los ojos para encontrarse con la inquisitiva mirada de la gallina.

Con los ojos abiertos de par en par, dio un vigoroso alarido de sorpresa.

La aterrorizada gallina le graznó en represalia. Alzó las alas y comenzó a aletear sobre las manos de Serena en un esfuerzo por liberarse. Serena la dejó ir, sólo para que el animalito se lanzara contra Rubeus, que levantó su brazo para protegerse cuando sus hermanas gallinas se unieron a la refriega. La gallina le picoteó la cabeza, dejando algunos mechones del fino y grasiento cabello completamente de punta, mientras el resto de sus compañeras se arremolinaban en torno a sus pies, haciéndole tropezar.

Hombre y pollos cayeron hacia atrás en una cacofonía de maldiciones y cloqueos.

Con un juramento que habría empequeñecido cualquier otro, trastabilló hacia el abrevadero que tenía a sus espaldas. El agua salpicó a su alrededor, y Serena dio un paso hacia atrás para evitar que la mojase. La gallina chilló, salió disparada hacia el borde del abrevadero y enterró la cabeza bajo las plumas del ala en un esfuerzo por aliviar el daño que Rubeus le había hecho.

Cuando Rubeus se levantó en el abrevadero escupiendo agua, el pollo se apresuró a posarse sobre su cabeza. Serena estalló en carcajadas.

— "¿La más gentil de las doncellas? Kenji, tus mentiras no conocen límite."

Ese profundo y resonante tono de barítono no pertenecía a la voz de ninguno de sus soldados. La risa se atascó en su garganta, y Serena se giró para ver a su padre en compañía de otros quince hombres.

Por su rostro, pudo deducir la profundidad del desagrado de su padre.

Aún así, el alivio la inundó ante su presencia. Finalmente, no tendría que tolerar a Rubeus ni un minuto más.

Cuando empezó a caminar hacia él, su mirada se deslizó hacia la izquierda de su progenitor. A lomos del más blanco de los sementales que ella hubiese visto jamás, había un caballero con una sobreveste rojo sangre engalanada con un escudo de armas en el que aparecía un cuervo negro. Aunque no podía ver el rostro del hombre, pudo sentir su abrasadora mirada sobre ella. Se detuvo a mitad de camino. Jamás había contemplado una apariencia como la suya. Permanecía erguido sobre su montura, como si su caballo y él formaran una única criatura de increíbles fuerza y poder.

La cota de malla se amoldaba sinuosamente sobre su cuerpo, duro como una roca debido a los años de entrenamiento, y vestía su armadura con tanta soltura como si fuese una segunda piel. Sus amplios hombros estaban echados hacia atrás con arrogancia, y la cota lo único que hacía era enfatizar la anchura de los mismos.

El enorme y poderoso corcel empezó a moverse nerviosamente, pero él lo mantuvo al instante bajo control con un enérgico apretón de sus muslos y un firme tirón de las riendas.

Serena aún seguía sintiendo la mirada de él sobre su cuerpo; caliente, poderosa.

Perturbadora.

Aquél era un hombre que demandaba atención. Un hombre acostumbrado al control y a la autoridad. Emanaban de cada parte de su cuerpo.

Y mientras ella lo observaba con una mirada inquebrantable, él elevó una mano y se quitó el enorme yelmo.

El corazón de Serena dejó de latir durante unos momentos antes de comenzar a hacerlo de nuevo, esta vez con todas sus fuerzas. Jamás en su vida había visto un hombre tan guapo. Sus ojos eran de un azul tan claro que parecían resplandecer al mirarla fijamente desde aquel rostro de rasgos definidos, rodeado por la plateada cofia de la cota de malla. Las cejas negras que se arqueaban sobre sus ojos le dijeron que su cabello debía tener el color de las alas de un cuervo.

Había algo fascinante en sus ojos. En ellos se advertía una aguda inteligencia a la vez a una precavida mirada que mantenía sus emociones bien ocultas. Serena tenía la impresión de que nada escapaba a su atención. Jamás.

A pesar de toda su apostura, sin embargo, había una dureza en sus esculpidos rasgos que hablaba de que una sonrisa resultaría casi extraña en aquellos labios.

La recorrió con una atrevida y evaluadora mirada, que incendió la sangre de la muchacha, mientras se colocaba el yelmo bajo el brazo. Serena no sabría decir lo que opinaba de ella, pero cuando sus ojos se posaron sobre su torso, sintió que sus pechos se tensaban en respuesta al ardiente calor de su mirada...

Oh! Amo esa historia...

A Seiya le iba tan bien ese perfil de hombre rudo que no necesita de nadie salvo estar cerca de ella...